La objetividad y la independencia son dos preocupaciones tradicionales de la prensa. Las discusiones acerca de la construcción de los acontecimientos, su relación con la opinión pública y los climas favorables o desfavorables para ciertos procesos implican una responsabilidad muy grande. Sustentar la idea de que la noticia es reflejo de los hechos puede tranquilizar. Sin embargo, los relatos que publican los medios están atravesados por intereses empresariales, políticos y personales, sin olvidar, las diversas interpretaciones sociales.
Estos dos estandartes, elevados como banderas del periodismo y de las empresas de medios, no pueden pensarse como términos absolutos porque en realidad no lo son en la práctica. La publicidad oficial es el principal ingreso de la mayoría de los diarios nacionales. Por este motivo, es difícil referirse a un periodismo independiente cuando los multimedios responden a corporaciones económicas que muchas veces nada tienen que ver con el periodismo.
La posibilidad de lucrar no es tan obvia en la mayoría de los casos. No hace falta que el Gobierno o las empresas pauten para que un medio tome posiciones funcionales. También muchas veces, en las acciones más privadas se genera un alineamiento que puede influir en la publicación o no de cuestiones que afectan en forma directa a los consumidores mediáticos en tanto ciudadanos.
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